Hoy podemos identificar esas huellas permanentes apoyándonos en la evidencia empírica recolectada durante los últimos años. Algunas de estas huellas son visibles desde indicadores macroeconómicos o manifestaciones espaciales; otras más sutiles y en ocasiones ocultas, pero igualmente significativas, en percepciones y comportamientos.
Enumerar todos los impactos y cambios en estos años resulta imposible de condensar en una columna, pero podemos identificar tres puntos para la reflexión: a) la pandemia diferenciada, b) las transformaciones que ella ha ocasionado, c) sus vulnerabilidades e impactos. Frente a la pandemia diferenciada, debemos partir de que, aunque todos la vivimos no vivimos la misma. No existe una narrativa homogénea sobre el covid-19, pues las líneas de tiempo, los impactos y las dinámicas sociales que resultaron se diferencian profundamente entre regiones y territorios del país, siendo marcadas las diferencias entre lo rural y lo urbano. En algunos casos, esto ha supuesto redibujar el mapa de la atención humanitaria, centrada antes en el conflicto armado, a una enfocada en la salud pública.
Un ejemplo notorio son las zonas de frontera, en donde las dinámicas de las pandemias responden a procesos transnacionales, produciendo mayores complejidades en la atención. En el caso de la Amazonia, un evento clave fue el cierre de su conexión aérea con el resto del país, en medio de la llegada de la variante de Manaos a inicios de 2021. En el caso de la frontera colombo-venezolana, fueron los procesos de vacunación abiertos para población no regularizada. En múltiples departamentos del país, fueron las órdenes específicas de grupos armados ilegales que se atribuían el control de la pandemia mediante restricciones de movilidad de la población y los productos.
En un segundo lugar, son evidentes las transformaciones de la pandemia, la crisis fue una catalizadora de profundos cambios espaciales, económicos, sociales y culturales. Nuestras viviendas, ciudades, relaciones y prácticas se rediseñaron partiendo de la virtualidad, impulsadas por la necesaria incorporación de un componente tecnológico transversal a las distintas actividades, que, si no fuera por la pandemia, se hubieran demorado posiblemente una década más.
Los análisis de Econometría muestran cómo, a nivel espacial, las ciudades tuvieron que repensarse desde su cobertura de redes internet por cuenta del teletrabajo y, con ello, el desplazamiento de la demanda de zonas de oficinas a residenciales. Así mismo, el impulso de otros medios de transporte alternativos, como la bicicleta o caminar, supusieron una mayor presión para el desarrollo de obras que respondan a medios de transporte que se perciben como bioseguros, pero también de bienestar frente al aislamiento que supuso la pandemia. Frente a las dinámicas económicas, desde distintos estudios podemos ver el vertiginoso avance de la bancarización, pero especialmente de los medios de pago virtuales (por ejemplo, pagos de subsidios), que se convirtieron en una respuesta efectiva frente a las limitaciones en los desplazamientos y el acceso a efectivo.
Finalmente, frente a las vulnerabilidades e impactos de la pandemia, la lista es larga y preocupante. La crisis social y económica derivada de la crisis amplificó problemas como la pobreza o las brechas en el acceso a servicios como salud o educación para distintas poblaciones, muchas de las cuales no se consideraban anteriormente vulnerables. La virtualidad es una estrategia que resulta incompatible con el débil acceso y formación en temáticas digitales que caracteriza a múltiples sectores y poblaciones en el país.
Como cierre es central señalar que estas son solo son algunas pinceladas de las huellas que la pandemia dejó en Colombia, y posiblemente en otros contextos, pero de ninguna forma es la lista absoluta y definitiva. La huella del covid es profunda y va a seguir entre nosotros. Entramos en la endemia y todavía queda mucho por saber sobre los impactos de la pandemia.